jueves, 9 de abril de 2015

       
             La espera

     Resuelvo escribir algunos de mis recuerdos en previsión de mi pronta muerte.

No alimento sospecha alguna de que atenten contra mi vida, ni siquiera yo mismo.

Es más bien la certidumbre del final de mi ciclo. Mi cuerpo está derrotado,

gustosamente hecho trizas. Cada vez me cuestan más las simples rutinas diarias,

el mero hecho de un nuevo día me produce un hastío pegajoso.

Si decido hacer un último esfuerzo en recordar y plasmar algunos de los minutos de

mi vida, es con la confianza de que mientras llega el final, la espera no resulte tan larga.



    Entré en la habitación en su busca, era la hora del paseo diario. Vi como leía y después

 colocaba con sumo cuidado la hoja en su sitio, el primer folio de cientos de ellos,

 numerados y perfectamente archivados. Adornaba sus labios esa sonrisa que

 nos suelen dibujar las cosas buenas. Debió notar mi presencia porque

se volvió hacia la puerta, giró con dificultad la silla de ruedas y sin cambiar el gesto me dijo:

_ Vamos, o nos perderemos el baile de los estorninos.