martes, 2 de junio de 2015

     
        Otra vida

Recogía cuanto encontraba cerca de los bordes. De todos los bordes.

Allí el viento resguardaba, incluso en contra de su voluntad, todo tipo

de cosas. Un día encontró un topo disecado. No le sirvió de mucho pero

le hizo un entierro digno, al topo. Casi siempre había hojas, grandes, pequeñas…

hojas que habían pertenecido a algún árbol. En las horas muertas se

imaginaba como habría sido su existencia, allá arriba, mecidas por

el viento, hasta que el árbol, su árbol, las dejaba ir.

A veces encontraba monedas. Incluso una vez, en medio de un

grupo de papeles, encontró un billete.

Ese día vio algo reluciente y cuando se acercó a recogerlo, del susto

acabó sentado en la acera. Pisoteó el espejo con rabia

y no dejó de hacerlo hasta que los trozos eran tan pequeños

que no reflejaban nada más que la luz. Se dejó caer en la acera hasta


recuperar el resuello y luego prosiguió buscando tesoros.