martes, 11 de febrero de 2014





Viviendo


Repaso por enésima vez lo que debo hacer, no hay lugar para errores. Si de algo me ha

de servir ese afán perfeccionista que sembró mi vida de frustraciones, será para 

asegurar que esta vez nada falle. Tal vez si hubiese estado tan seguro de alcanzar

otros objetivos en el pasado, no me encontraría en este túnel.

Empiezo a ver algunas cosas claras.

Dicen que nunca es tarde, éste no es el caso. Aunque ahora, en los últimos instantes de 

mi vida, veo con asombrosa claridad que braceé hasta quedar sin aliento en una maraña

de problemas, muchas veces causados por mi actitud.

    No fue difícil conseguir los narcóticos que, esparcidos sobre la cama,

parecieran esperar mi última acción voluntaria con total indiferencia. Había desaparecido

por completo la calma que me acompañó mientras lo preparaba todo.

En su lugar, la sangre que recorría mi cuerpo fluía a una velocidad de vértigo.

No dejaba de ser irónico que a pocos minutos de mi último suspiro

me sintiera más vivo que en mucho tiempo.

           A pesar de mi afán por controlar los pormenores de la puesta en escena

me resultaba terrible e inexplicable no haber pensado antes en la posibilidad  de que

fuera Laura quién encontrara mi cadáver. De todos los errores arrastrados a lo largo

de mi existencia ése sería el que mereciera una segunda y tercera muerte.

Arruinaría la vida de mi hija, sería para ella un lastre mucho más pesado que la

empequeñecida e insignificante imagen de padre que le había ofrecido en los

últimos meses.

      Con toda la rapidez que mis ojos llorosos me permitieron, recogí las pastillas, una

por una las deshice y dejé que se disolvieran en agua. Después de darme una ducha

y conseguir que mi aspecto mejorase un poco, me deshice del agua blanquecina

que albergaba el acto más egoísta que había estado a punto de cometer.

martes, 4 de febrero de 2014

Compañías

Empezó como una broma tonta e inofensiva. Escuchaba dos golpes que parecían

llamadas en mi puerta y después de comprobar varias veces que no había nadie fuera,

en cuanto volvían a sonar, yo decía: adelante, hasta la cocina!

Ahora tengo la casa llena de fantasmas sin ninguna intención de irse.

lunes, 3 de febrero de 2014

Soledades

La primera vez que vino se mostró sorprendido por todo cuanto había en la tienda. Habló

poco pero su rostro reflejaba regocijo por todos los tesoros que iba descubriendo.

Parecía comprender la historia de cada objeto que le rodeaba. Luego lo supe, podía leer

en los pliegues que el tiempo dibuja a su paso. Regresó tres veces y en cada visita

compraba alguna historia con diferentes formas. Un cuaderno de bocetos, una cámara

de fotos... reliquias de otras vidas. Sólo cuando pasaron los días y su presencia no volvió

a llenar la vieja estancia, comprendí que era un ladrón, robaba la luz allá donde la

hallaba, desde entonces mi vida era más sombría.