Sentencia
Tanta
rabia acumulada, la impotencia de sentirme poco más que nada,
frustradas las
iniciativas, abatida por las circunstancias. Algunas
noches la congoja no me deja conciliar el
sueño, demasiados
amaneceres con los ojos llenos de rocío. Y la foto, la imagen
cotidiana de
normalidad, ésa que me desgarra más profundo que
cualquier daga. Acudí a cuantos sitios me
aconsejaron, solicité
ayuda a todas la administraciones. Casi supliqué algún trabajo
remunerado
en un intento desesperado por recuperar la dignidad y la
autoestima que manaba a borbotones en
cada una de esas acciones.
Después de penosos papeleos y peregrinaciones de consulta en
consulta, aquí estoy, ante usted para que sane mi alma aunque la
enfermedad esté fuera. Ha
sucedido algo que quiero contarle. Fue hace unos días cuando caminaba hacia el pueblo como
sucedido algo que quiero contarle. Fue hace unos días cuando caminaba hacia el pueblo como
cada mañana. Voy por una vieja carretera por la que normalmente
transitamos el desaliento
y yo. Salgo temprano, cuando el calor aún
no aprieta, el sol y yo tenemos nuestros más
y nuestros menos. Una curva cerrada, punto negro creo que se llama, ya sabe, por los
accidentes. Ya desde lejos vi un coche formando un amasijo de
latas, presintiendo lo ocurrido
me llegué al sitio en una carrera.
En el interior había tres hombres. Reconocí a dos de ellos: el
alcalde y un empresario de talla internacional. Grité pidiendo auxilio
pero sólo el silencio y la
brisa respondieron a mi urgencia. Corrí
en dirección al pueblo para pedir ayuda, mis pies apenas
rozaban el
suelo y a pesar de los achaques que acompañan mi medio siglo de
vida, hubiera
llegado a la plaza en pocos minutos, pero algo me
detuvo. Me desplomé en suelo con el peso de
todas las negativas de
los últimos meses. Y allí, derrumbada en el polvo, permanecí
durante
mucho tiempo, hasta que casi sin darme cuenta me levanté y
volví a mi casa, que ya no lo era.